UNA REUNIÓN INVERNAL
Es Febrero de 2009, un frío e incesante viento hace traquetear puertas y ventanas mientras envuelve la vieja casa que está sobre una ladera toscana. Rodeada de cipreses que encaran ergidos la acometida invernal, la casa ha sido muy hogar y la estancia de mi retiro durante la última década. En verano, su elevación nos da un respiro de las abrasadoras temperaturas cerca de Florencia, pero en invierno experimentamos el implacable viento que desciende desde el Norte hacía la península a través de las expuestas colinas toscanas.
Siete músicos, envueltos en bufandas y abrigos, instrumentos descansando sobre las rodillas, sentados alrededor de la chimenea de la cocina, tomando tazas de té caliente, tratando de obtener algo de calor en sus dedos. Muy cerca de mí está Kathryn Tickell, una intérprete de música tradicional de mi ciudad natal, Newcastle. Su gaita Northumbriana, al igual que su violín, han engrandecido cuatro de mis álbumes desde primeros de los noventa. Cerca de ella está sentado Julian Sutton, otro músico tradicional de Newcastle, que habla muy poco, prefiriéndo expresar su elocuencia a través de las teclas de su amado Melodeón. A mi derecha está mi colega de largo tiempo y guitarrista Dominic Miller, mi mano izquierda y derecha durante casi dos decadas. Su presencia, a la vez que su paciencia con mi crítica indecisión, es tan reconfortante como tranquilas son sus manos. Mary MacMaster, harpista celta de Escocia, sentada sonriendo en el resplandor de la luz del fuego, afinando pacientemente la cuerdas de acero de su instrumento entre sorbos de té.
Conocí al violonchelista Vincent Segal el año pasado mientras trabajaba en la Ópera de Steve Nieve “Welcome to the voice” en el Teatro Châtelet de París, Vincent toca de todo, desde los ritmos de la bossa nova hasta los preludios de Bach. En el Châtelet también conocí a Ibrahim Maalouf, un excepcional trompetista libanés. Él es otra calmada alma que se sienta tranquilo mirando a mi perro Compass, tumbado en la esquina de la chimenea: Compass devuelve la mirada con otra que es a la vez vigilante y despreocupada. Por último está Daniel Hope, más en casa en las salas de conciertos de todo el mundo que en una cocina de alquería, pero muy contento de estar entre este variado conjunto musical – y de poder improvisar de manera más informal que la mayoría de nosotros fuera del mundo clásico y de los arreglos musicales.
Cada uno de nosotros va a explorer las piezas elegidas, hasta que las hebras separadas se entrelacen – un proceso que, supongo, es mi trabajo: una tarea que estoy felíz de compartir esta vez con Bob Sadin, productor de Nueva York, arreglista y director de orquesta. Bob está de espaldas a la sala, frente a la ventana observando las inclemencias del tiempo, su gorra está de forma permanente en la parte posterior de su cabeza. “¿Empezamos?”, dice, aún dándonos la espalda. “Parece que hemos sido recompensados con el tiempo apropiado”. ¡Ah, sí!. Para los que estamos aquí reunidos para celebrar y explorar la música del invierno, la estación de las heladas y las largas noches oscuras.
Siete músicos, envueltos en bufandas y abrigos, instrumentos descansando sobre las rodillas, sentados alrededor de la chimenea de la cocina, tomando tazas de té caliente, tratando de obtener algo de calor en sus dedos. Muy cerca de mí está Kathryn Tickell, una intérprete de música tradicional de mi ciudad natal, Newcastle. Su gaita Northumbriana, al igual que su violín, han engrandecido cuatro de mis álbumes desde primeros de los noventa. Cerca de ella está sentado Julian Sutton, otro músico tradicional de Newcastle, que habla muy poco, prefiriéndo expresar su elocuencia a través de las teclas de su amado Melodeón. A mi derecha está mi colega de largo tiempo y guitarrista Dominic Miller, mi mano izquierda y derecha durante casi dos decadas. Su presencia, a la vez que su paciencia con mi crítica indecisión, es tan reconfortante como tranquilas son sus manos. Mary MacMaster, harpista celta de Escocia, sentada sonriendo en el resplandor de la luz del fuego, afinando pacientemente la cuerdas de acero de su instrumento entre sorbos de té.
Conocí al violonchelista Vincent Segal el año pasado mientras trabajaba en la Ópera de Steve Nieve “Welcome to the voice” en el Teatro Châtelet de París, Vincent toca de todo, desde los ritmos de la bossa nova hasta los preludios de Bach. En el Châtelet también conocí a Ibrahim Maalouf, un excepcional trompetista libanés. Él es otra calmada alma que se sienta tranquilo mirando a mi perro Compass, tumbado en la esquina de la chimenea: Compass devuelve la mirada con otra que es a la vez vigilante y despreocupada. Por último está Daniel Hope, más en casa en las salas de conciertos de todo el mundo que en una cocina de alquería, pero muy contento de estar entre este variado conjunto musical – y de poder improvisar de manera más informal que la mayoría de nosotros fuera del mundo clásico y de los arreglos musicales.
Cada uno de nosotros va a explorer las piezas elegidas, hasta que las hebras separadas se entrelacen – un proceso que, supongo, es mi trabajo: una tarea que estoy felíz de compartir esta vez con Bob Sadin, productor de Nueva York, arreglista y director de orquesta. Bob está de espaldas a la sala, frente a la ventana observando las inclemencias del tiempo, su gorra está de forma permanente en la parte posterior de su cabeza. “¿Empezamos?”, dice, aún dándonos la espalda. “Parece que hemos sido recompensados con el tiempo apropiado”. ¡Ah, sí!. Para los que estamos aquí reunidos para celebrar y explorar la música del invierno, la estación de las heladas y las largas noches oscuras.
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