domingo, 25 de octubre de 2009

INTRODUCCIÓN AL ÁLBUM (2ª PARTE)


EL INVIERNO PASADO

Bob trajo partituras de “The cold song”, de Henry Purcell de la semi-opera “King Arthur”, con letra de John Dryden. El “Genio helado” regresó de entre los muertos, empezamos a tocar y en algún lugar de la casa una puerta se cerró de golpe.
Los meses fríos del Hemisferio Norte nos han tocado en gracia a nosotros por la inclinación de la tierra sobre su eje, y ejercen una poderosa influencia en nuestra psicología colectiva. Son parte del mito nuestro preconcebido tanto en el paisaje común de la imaginación como en la realidad concreta de nuestro enterno.

Como todas las criaturas terrenales parecemos reconocer y responder a los arquetipos polares de la luz y la oscuridad, del calor y el frío que están codificados en el ritmo de los días y las noches y el perpetuo ciclo de las estaciones.

Hoy son excepcionalmente fríos pero los inviernos en mi niñez parecían ser mucho más largos y fríos de lo que son ahora. El invierno en este siglo XXI parece apenas comenzar antes de que se haya terminado, las nevadas son poco frecuentes, y cuando ocurre, dura poco.

El calentamiento global está reduciendo el tiempo anual de la estación estival, está probablemente causando estragos en la psique humana al igual que en el ritmo estacional de todo el planeta. Algo importante en este proceso se está llevando de nosotros, porque a pesar de la frecuente contaminación del tiempo y las penurias de todos aquellos que tienen que trabajar fuera, hay algo en el invierno que es primordial, misterioso y absolutamente irremplazable, algo sombrio y a la vez profundamente hermoso, algo esencial para ese mito nuestro, para la historia de nuestra humanidad, es como si de algún modo necesitaramos la oscuridad de los meses de invierno para llenar nuestro espíritu tanto como la luz, la energía y el calor del verano.

Recuerdo muy bien las largas horas de oscuridad desde noviembre hasta marzo. Íbamos a la escuela de noche y volvíamos a casa en la misma oscuridad. Cuando nos levantabamos había hielo dentro de las ventanas, podías rallar la superficie con la uña. Nos vestíamos bajo las sabanas y después bajo capas de ropa de lana recorríamos las fantasmales calles entre la heladora niebla, con el traicionero hielo bajo los pies y mirabamos admirados como colgaban los carámbanos de los puentes de las vías férreas.

Recuerdo la nieve blanda caer en tantas oscuras mañanas invernales con mi padre en su ronda de reparto de leche. A menudo eramos los primeros en pisarla cuando caminabamos silenciosamente por las calles vacías y los primeros en dejar nuestras huellas en las aceras y en los jardines, con el ruido de las botellas de leche en nuestras manos amortiguado por la silenciosa nieve. En lo que quedaba del día, el sol apenas se vislumbraba, tan sólo un frío disco color amarillo elevado sobre los árboles desnudos y los tejados blanqueados de la ciudad.

A veces en una noche de invierno me las ingeniaba para estar sólo en la sala de la planta baja de nuestra heladora casa Victoriana. Manteníamos el fuego del carbón allí, nuestra única fuente de calor apagaba su luz y se asentaba al borde del guardafuegos, tenía entonces que desatascar las brasas y los restos del fuego, con la habitación llena de sombras en movimiento. Allí era libre para imaginar espíritus y fantasmas, el Invierno, más que ninguna otra, era la estación de la imaginación, de mágicos paisajes transformados y los misteriosos silencios de la nieve.

Más tarde aquella noche en la Toscana, el viento seguía aullando fuera, le pregunto a Kathryn si conoce alguna canción de Newcastle que se adapte a este proyecto. Ella me dice que cuando era pequeña su padre solía cantarle una canción llamada “The snow it melts the soonest”. No la conocía, pero ella y Julian pacientemente me la enseñan. La canción, como los páramos de Northumberland en invierno, tiene algo característicamente lóbrego, claramente hermoso. Mientras la canto, siento una rara punzada de nostalgia.

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