domingo, 11 de enero de 2009

THE PHOENIX JAZZMEN

En diciembre de 2008 Sting se reunió con los miembros que aún quedan con vida de los "Phoenix Jazzmen" y se hizo esta foto:

De izquierda a derecha: Sting, el hijo de Ronnie Young, John Hedley y Gordon Solomon.

FORMACIÓN: (Primavera 1973 - Verano 1974).
Gordon Solomon “Solly” (Trombón), Ronnie Young (Voz y trompeta), Gordon Sumner “Sting” (Bajo), John Hedley (Guitarra), Graham Shepherd (Clarinete) y Don Eddie (Batería).

En su propia biografía "Broken Music", Sting habló de los "Phoenix Jazzmen" y de sus viejos compañeros:

No se hicieron fotografías publicitarias de los “Phoenix Jazzmen” por un motivo muy claro: nadie que estuviera en sus cabales nos habría dado trabajo por la pinta que teníamos. Era la primavera de 1973 y los fines de semana había empezado a tocar con ese grupo. Nuestros uniformes consistían en camisas de nailon rosas y pantalones de pinzas grises. Yo tocaba el bajo, y a mis veintiún años, era el miembro más joven y con menos experiencia de la banda. Sería precisamente su líder y trombón, Gordon Solomon, quien me apodaría “Sting”.
El rostro rollizo de aspecto juvenil, bastante inocente, de Gordon Solomon, Solly, el líder de la banda, no reflejaba su ingenio malicioso y sádico. Era, por otro lado, un fantástico trombón.
Don Eddie resultó uno de los baterías más estrafalarios con los que he trabajado en toda mi vida, y también uno de los mejores; tocar con él era como estar atado a la locomotora de un expreso. Era un hombre corpulento de más de cuarenta años, calvo y con un largo bigote de estilo daliniano. También era alcohólico en activo.
Graham Shepherd tocaba el clarinete. Era estudiante de música, intelectual de tapadillo y donjuán. Su gran momento en el espectáculo era “Stranger on the shore”, de Acker Bilk. Graham detestaba aquella canción con todas sus fuerzas, y Gordon, todo un ejemplo de jefe atento y respetuoso, le obligaba a interpretarlas todas las noches. Con ese mismo sadismo me forzaba a cantar “Never ending love song”, de los Seekers. Le tenía pavor a aquel momento de la actuación, pero me aguantaba.
Por último estaba Ronnie Young, trompeta y vocalista, un hombre de lo más encantador a punto de superar los cincuenta y que cantaba mucho mejor de lo que soplaba su instrumento. Ronnie era al arte de la improvisación lo que el papa a la danza del vientre: únicamente sabía tocar lo que conocía, nota por nota, noche tras noche. Repetía exactamente el mismo solo en cada canción y todos aprendimos a tararearlo en voz baja a sus espaldas, nota por nota, noche tras noche. No le importaba que nos burláramos de su habilidad como trompetista, porque, por otro lado, estaba a la altura del mismísimo Satchmo cuando se decidía por la improvisación onomatopéyica para convertir su voz en un instrumento y al nivel de Sinatra cuando cantaba melódicamente.
John Hedley, toda una leyenda de Newcastle, había hecho alguna que otra escapada con los “Phoenix Jazzmen” durante una temporada, había disfrutado anteriormente de una temporada estelar en Londres con el grupo de Blinky Davison, y mucho antes de eso había sido uno de mis músicos de blues preferidos del mundillo de mi ciudad. John parecía un Hendrix rubio, con aquella mata de pelo blanco encrespado que resaltaba unas facciones alargadas y lúgubres. Su cuerpo era de una delgadez que daba pena, como si fuera un enorme pajarraco esquelético subido a dos zancos larguiruchos. Era un hombre encantador y un extraordinario guitarrista, con un sentido del humor irónico y un tanto marchito. Se había llevado sus buenos reveses en la vida y había acabado recurriendo a la filosofía sencilla y a la disciplina terapéutica de la música.

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